16 de marzo de 2009

El Apartheid progresista

(donde los chinos son negros)

El nuevo apartheid en Sudáfrica
EDUARDO ARQUES

JOHANNESBURGO.

Apartheid significa separación, Apartheid preconiza el divide y vencerás; y, como verán, no uso el pretérito de ambos verbos, sino su tiempo presente, pues vigente es su aliento en ésta, la nación del arco iris.

Sería un mentecato si comparara por igual lo sutil del nuevo sistema, llamado oficialmente Black Economic Empowerment (Potenciación del poder económico negro) con la degradación y el ultraje al que se vieron sometidos millones de seres humanos en aras del control de los abundantes recursos materiales del país y del establecimiento de un estatus económico y social que aproximó a los que de él se beneficiaron a un paraíso en la tierra –como un día me comentó cierto señor, gallego y masón, afincado en Sudáfrica desde principios de los sesenta. El nombre en sí (Potenciación del poder económico negro) es justo y razonable, atendiendo a su significado literal: incrementar el poder de los que no tenían poder. Sin embargo, para que un país como Sudáfrica sea la fuerza motriz de todo un continente es necesario potenciar no sólo el poder económico de la población africana, sino su nivel educativo, por ser la más numerosa (alrededor de un 85%).

El problema se ofrece cuando se niega per se el acceso a los altos cargos, públicos y privados, a los trabajos cualificados y al corazón burocrático de un país perdido en la ineficacia de su burocracia a cierta parte de la población, y ello a causa por el color pálido de su piel, sin atender a su alta o baja cualificación, sino a un ojo por ojo racial que nada sabe de pragmatismo político. Hoy en día, ser un ciudadano sudafricano más o menos blanco, sin pasaporte europeo que valga, supone estar perdido en una maraña en la que se le desprecia y ningunea. No es de extrañar la fuga de cerebros que el país está sufriendo hacia nuevos horizontes (Australia y Nueva Zelanda, principalmente).

Por otra parte, el embuste que se esconde tras el sistema no deja de ser paradójico, pues si bien es cierto que ha logrado crear una reducida, aunque poderosa, clase media negra en una ciudad como Johannesburgo, no ha cambiado en demasía la situación para la mayoría que malvive en townships como Alexandria en Jo’burg, o los numerosos y terribles guetos de Ciudad del Cabo.

El sistema de clasificación racial que el antiguo régimen puso en práctica en 1948 –aunque no fue hasta los 60 cuando mostró todo su poder– no fue un invento afrikáner, como muchos creen, sino británico, y se remonta a los tiempos de la reina Victoria. Su puesta en práctica, tras la segunda guerra mundial, por parte del gobierno del Partido Nacional, afrikáner y calvinista, supuso, en palabras de Nadime Gordimer, “la realización del sueño hitleriano”, consideración que la Premio Nobel no desgrana en demasía y que sólo un buen conocimiento del pasado de Sudáfrica podría explicar.

El Apartheid fue mucho más complejo que una división racial entre blancos y negros, por lo que no se puede comparar en absoluto, como un lector sugirió a raíz del anterior artículo, el contexto de Israel con lo que aquí acaeció, aunque ciertos paralelismos entre el pasado de Sudáfrica y el presente de Palestina/Israel son evidentes (por ejemplo, el uso de pases por negros, indios y mestizos para entrar a trabajar a las zonas blancas, en la antigua Sudáfrica, similar al de los palestinos para entrar en zonas judías en el actual Israel). La diferencia fundamental es la mayor o menor homogeneidad palestina de raza/religión, frente a la diversidad que el Apartheid trató de fomentar al entonar su divide y vencerás, pues dividir (o tribalizar, más bien) fue lo que hizo: zulúes con zulúes, xhosas con xhosas, shutus con shutus, indios con indios, coloureds con coloureds (que incluye todo lo que no es ni blanco, ni negro, ni puramente asiático); y, dentro de lo blanco, aunque se toleraban y compartían una misma posición estratégica, el judío iba y va con el judío, el británico con el británico, el afrikáner con el afrikáner. La diversidad religiosa es otra gran diferencia con respecto al contexto palestino, siendo Sudáfrica un país que, aunque eminentemente cristiano-protestante –más calvinista que protestante −, cuenta con musulmanes, judíos, hindúes y budistas entre sus ciudadanos (sin olvidar pequeños reductos en las zonas rurales milagrosamente aún paganos; aunque, en general, lo pagano sigue presente en estas zonas; sazonado, eso sí, de cristianismo).

Dentro del Apartheid nada se debía entremezclar, todo se debía separar, pues en esa separación radicaba la fuerza del antiguo Partido Nacional y la debilidad de sus enemigos. Este principio fundamental es el origen de muchos de los problemas de convivencia actuales; éste y el hacinamiento forzado en inmensos guetos de chabolas, muchas veces sin agua ni electricidad, en los que millones de personas negras aún malviven (un paseo en coche desde el aeropuerto de Ciudad del Cabo hasta la ciudad en sí basta para palidecer).

El B.E.E. (recordemos: la Potenciación del poder económico negro) ha dado lugar a sucesos que rozan el absurdo absoluto, como es la inclusión en este grupo de privilegiados a los ciudadanos chinos, y no a los indios, malayos o a los llamados coloureds o mestizos, tan oprimidos en el pasado como lo fueron los negros. El motivo es la presión que China, buena inversora en el país, ha ejercido sobre el gobierno, el cual no ha tenido ningún problema para catalogar como negros a sus ciudadanos de ojos rasgados, legales o ilegales, pudiendo beneficiarse de las mieles del nuevo régimen.

El odio está latente, pero presente, en el nuevo sistemade exclusión racial, y es consecuencia directa del sistema anterior. El odio tribal entre negros, el odio racial hacia lo no negro, lo no blanco, lo no mestizo. Odio y desconfianza, fruto de la completa ignorancia del otro.

Todo muta, por supuesto, y si es para bien o para mal poco habrá de importar. Borges decía que “lo único que sabemos del futuro es que será distinto”. Todo y nada puede pasar. Bebo mi whisky en una de las terrazas del barrio de Melville, donde todo se besa. Es en lugares como éste donde el arco iris brilla con más fuerza. ¡Qué lástima que la gula política casi todo lo pueda!

Fuente: www.elmanifiesto.com
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